El Encuentro | Relato

Aprendí a contar contando los lunares de tu pecho.
¿Recuerdas la primera vez que nos vimos?
Dudo que yo lo olvide, tú en tu mundo y yo comiéndote con los ojos.
¿Qué dices de la primera vez que nos besamos?
Mi corazón podía oírse incluso en la otra cuadra.

Quedamos en reunirnos a estudiar y fue de las cosas que menos hicimos. Ya entrada la noche decidí quedarme en aquella casa, por causa del trasporte que era tan inestable como yo en ese momento.

Había una habitación con dos camas y terminé ahí, acostada en la individual que se encontraba en el centro del cuarto. Mirando el techo, pensando en todas las casualidades que me llevaron hasta esa noche y en las incontables noches en que su imagen formó parte de mis anhelos.
Me miraba desde la puerta del cuarto con una media sonrisa y ojos pícaros.
-Bueno al parecer sólo quedamos los dos.
-Sí, estoy muriendo de sueño – dije cansada.
-No tengo lavadora en mi residencia así que lavaré mi ropa aquí, ya vengo.
Nos encontrábamos en casa de un amigo y ya todos dormían, él salió del cuarto y entonces de nuevo estaba sola, o tan sola como se puede estar cuando tu mente sube el volumen. ¿Nunca han sentido que nada termina por coincidir con tus pensamientos? Que todo siempre resulta por ser distinto o en su defecto, engañoso. Justo así me sentía. Lo había visto infinitas veces, lo hacía mío con solo verle de lejos y mis ojos egoístas no le daban escape.
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Pasaron alrededor de 10 minutos cuando entró al cuarto sin camisa, ambos ahí, en esa inmediatez física donde admiraba su torso color crema, era un lienzo lleno de lunares que al juntarse formaban constelaciones en su pecho, escapando hasta su cuello y extendiéndose a las cercanías de su boca, su boca; latente de vida, color rosa, lujuriosa.
Lo mire algo sorprendida y él, al percatarse de mi expresión dijo en tono inocente:
-Tenía que lavar toda la ropa que pudiese.
-Ya veo – dije conteniendo una risita. La verdad me hacía algo de gracia la situación.
Se acostó en la cama que estaba junto a la pared, el cuarto no era muy grande. Hubiese quedado en penumbras de no ser por la complicidad del reflejo de la calle, que dejaba entrever como me observaba a lo lejos. Había cierta tensión, algo incomunicado pero presente y él, en un intento de acabar –o alargar– el momento, dijo:
-¿Me abres un espacio en tu cama mientras hablamos?
-Está bien, aunque no estoy segura que haya espacio para los dos. – dije luego de meditarlo un par de segundos.
Ambos ahí, separados por una estrechez tan mínima. Él era un abismo que le hubiese puesto los pelos de punta hasta a el mejor alpinista. Empezamos a hablar de cosas banales, ya eran alrededor de la 1am y comenzaba a quedarme dormida, hubo un minuto de silencio donde solo podía oír el compás de su respiración y de la forma más esperada, rompió el silencio junto con la distancia vertiginosa, en tan solo 5 palabras.
-¿Qué pasa si te beso?
Haciendo estragos dentro de mí y mi pobre corazón sonaba como mil caballos galopando sin rumbo. ¿Cómo era posible que desembocara eso? Nunca había sentido esa breve embriaguez. Que al final sólo se tradujo en silencio.
Se acercó de forma tan lenta que el momento se hizo eterno, envolviéndome la cara y el cuello con los dedos y los labios, podía percibir su olor, el cual no se parece a nada que conozca; ese olor que daba la sensación de ser el principio de una adicción. Entonces este cesaba y todo era sabor, sus labios tibios que iban perdiendo la timidez en cada roce. Me olvidé de quien era y de por qué estábamos ahí esa noche; incluso sabiendo que apelé a todas las posibilidades para que nos encontráramos. Su lengua retozaba jugando con la mía y la cama se nos hizo pequeña en ese apasionado beso.
Después de darle un par de besos perdidos a su espalda desnuda, dibujando un triángulo imaginario con mis labios, sentí que ese momento se iba a quedar grabado en mi memoria para siempre.
Sensaciones incrustadas a fuego en lo más recóndito de mí.
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